La Tragedia
La tragedia
jueves, 25 de noviembre de 2010
Escena 1
Dos vigías susurran sombras sobre el promontorio ceniciento centinela de las puertas del Olimpo. De dolor cenicientas, las sombras mortales de dos centinelas susurran rumores que sombras de oscuro color inyectan en el pálido carmín de la tarde rosácea: bajo los tules morados, en el agua cristalina, entre los pergaminos eternos de la casa de la sabiduría han vibrado sibilinos versos de amor que han de ser desdichas: “Atenea -se sabe- un largo tiempo ha –se sabe- que indispuesta se siente entre sus eternas letras; que se distrae sin motivo y cualquier musaraña la espanta perdiéndola en cavilaciones que no van a parar en nada”. “¿Sí?”. “ Sí… Y la Locura, sí”. “¿¡Sí!?”. “Se sabe. Atenea y La Locura locas de amor amadas se aman con loco amor, locas de amor perdidas de la mano de Zeus”. “Veloces, comuniquémoslo a Marte”. Dos sombras de vigías rápidas se disipan en el pálido aire ceniciento de la rosácea tarde.
Escena 2
Junto a una fuente de aguas leves que se deslizan en minúsculo caudal respirando vivas sobre la verdinosa piedra dialogan el despierto Marte y Zeus pensativo. Zeus acodado en sus rodillas sobre la fresca agua pura en actitud de retiro distraído menea intranquilo sus pies de niño impertinente sin pensar pensativo distraído que en sus manos traviesas juega el destino. Mientras Marte, en traje rojo vestido veloz sobre el verde prado arbolado, pasea veloz su pensamiento en rápidas palabras periodísticas que narran los monótonos aburridos de los vanos mortales, y los susurros monótonos mortales de los vanos aburridos. Zeus, curioso, alza la cabeza. “¿Qué dijiste, Marte?. Vas muy deprisa; así no hay quién se entienda y si te entendiera divino sería caer en engaño. Repetid pues, Marte, y hacedlo con calma para que reflexione después”. Marte cansado de guerrear en todo momento sobre el prado verde planta su traje rojo y con calma en sus palabras y fuego en sus ojos relata las noticias de sombras que se avecinan. Las pérfidas diosas adoradas de los continentes instigaron, según dicen, el loco amor de la sabiduría, que loca de amor perdida, La Locura tiene en sus manos. Zeus soleado… “Marte, que se celebre simposio al solear el segundo sol de días hermanos”.
Escena 3
El jaspeado horizonte alejandrino de cubos ajedrezados entre cubos encajados hasta el alejandrino atmosférico del horizonte azul ajedrezado contemplan las diosas entre risas prímulas de contornos bellos de belleza de diosa atmosférica cuando en el horizonte lejano aparece la diligente Vaca, mensajera que de Zeus lleva misiva presta a las hermosas diosas. Europa y América charlan amistosas de amistad profunda de poder, Asia escucha con el ceño fruncido, Oceanía meditabunda contempla y suspira, y África siempre hermosa y enhiesta, y siempre extenuada, dormita reclinada sobre un diván. “Zeus me manda traeros esta misiva, lindas Diosas: Debéis marchar inmediatamente a su presencia. Que la paz sea en vuestros corazones y la moderación en vuestras cabezas”. “Ahora que la hermosa mensajera de nosotras es ida con suma presteza hablemos de aquellos asuntos que del soñar nos privan. Todas conocemos, lindas diosas, la joven enemistad que América, hermosa diosa hermana nuestra, mantiene con Zeus que como niño insolente y consentido no cae en la cuenta de que cae sin cuerda al vacío infinito de su juego propio, el destino. Se sabe, hermanas mías diosas lindas, que Atenea y La Locura locas de amor entramadas en amor loco, por deseo nuestro, saladas se retuercen. Se aman ménades con locura y la sabiduría toda descordada encoleriza a Zeus más allá de su capricho sin permitirle pensar lúcido en nada. Zeus está derrotado, hermanas, inmerso en su propio destino, y nuestros dominios con él a la deriva”. Así pronunció sus palabras Europa bífida y de esta manera prosiguió la obesa América. “….a la deriva nuestros dominios y nosotras, hermosas diosas hermanas mías, con ellos. Se sabe que los vanos mortales olvidaron lo que significa el destino y con él al caprichoso Zeus niño. Piensan sombras que el movimiento desapareció ahogados en su movimiento, intrépido, sin sentido; cuando la sabiduría y la locura son una esencia sola enamoradas. El heredero de los salvajes ladrones europeos que mis tierras poblaron y en ellas vinieron a morir soberanos, soberano es del mundo entero y de sus mortales con él que todo lo puede, dios de las alcantarillas. Los vanos mortales olvidaron que vana era su invención fatal y de vanidad ahogados viven ignorantes entre vanidad. Pero Europa y América, lindas diosas, os anuncian, diosas hermosas, que pensaron astutas y dieron solución al dilema del destino azul ajedrezado dibujado sobre el jaspeado horizonte alejandrino donde jadean risas prímulas danzando con el tiempo”.
Escena 4
En un claro de bosque que bosteza junto a la alameda primavera de flores almendradas el soleado Zeus pensativo, descordado, bosteza olímpica tristeza. En su mano delicada la alameda de bucles almendrados, en la olímpica montaña de los dioses. “ Nada se puede hacer…la sabiduría, sí…se sabe… y la locura, se sabe, locas de amor, crepitante cielo de estrellas bajas rayos truenos centellas de cólera de dolor mortal…la sabiduría, se sabe, sí… y la locura, sí, se sabe… desconsolado, sólo en el prado verde de sabor almendrado, sólo y desconsolado. Oíd vos que derecho osáis pasar por este claro lejano sobre el que cierra negra de cieno la tragedia tempestuosa de la cólera de Zeus. Oid vos, no me escucháis necio, porque necio habéis de ser si no os quitan el sentido mis palabras”. “Perdonad hermoso Zeus que por el hermoso prado verde vaya Dionisos ensimismado, culpable es la fragancia almendrada y el cielo ópalo y ese riachuelo de aguas claras que corren sinuosas y frescas hacia la tórrida tierra donde la vid vida. Perdonad hermoso Zeus y Adiós”. “Pero os vais alegre Dionisos sin escuchar…Adiós bello Dionisos que vivo estás como dios vivo bello sin escuchar ensimismado, Adiós, bello, Adiós…..Parad en seco ancha figura que por este prado solitario sois el segundo en pasar y mi cólera negra afrontareis, entre estrellas de cieno consumido, si no paráis al segundo los pies sobre la tierra en seco”. “¿Qué deseáis amado Zeus?”. “Buscad raudo a la sibila, plebeyo, que mi cólera negra se espacia por todo el cielo”. “¿Seguro sois, amado Zeus, de lo que decís; no os confundís de sujeto?”. “Ya clamo al cielo por vuestra vida, plebeyo, corred raudo a la sibila que se os acaba el tiempo”. Zeus pensativo atrapa con sus dedos esbeltos la pequeña flor almendrada que a su mano cinco suaves pétalos bellos de belleza de diosa atmosférica lleva engarzados a una corona de sol.
“Las diosas adoradas de los continentes, dicen…no sé, lindas diosas de dominios vanos… pérfidas…no sé, diosas hermosas…dicen…dicen, no sé.
Rumores monótonos mortales de los vanos aburridos, dicen…las diosas adoradas de los continentes hermosas… no sé”. Traquetea el repicar de cascabeles y cacharros chocando; en rápida marcha asombrada sombreada por la arboleda marrón se acerca Casandra andrajosa en estrépito de sonajeros y cuentas de plata tintineantes tintineando iluminadas en sus ropajes pardos. “A vuestros pies, Oh, amado Zeus, se postra la agorera Casandra que maltraída caminando a la prisa, os advierte, Oh, amado, desde el divino destino que corre en tus manos, que una seca sombra risueña por la vereda se acerca. Oh, amado Zeus expúlsalo cuanto antes, veo tremendos desastres”. “Pero qué dices, quién por la vereda se acerca a este prado soleado en sombra”. “Sombra no ha de ser, pues que tiene carne sobre todos sus huesos y todos ellos bien puestos”. “¿Quién habla, qué se acerca, Casandra?”. “El Cínico ha de ser”. “Pues todo fue compuesto, aquí asomo joven Zeus pero no quiero creer lo que veo, ¿has de hablar tú con Casandra?”. “En este extremo se resume la poca importancia de nada. Ya ves, Cínico, Zeus con los pies en la tierra”. “Si mi memoria es segura y conmigo no lleva a engaño, creo recordar, Zeus, que del suelo al cielo nunca os los vi alzar, Oh amado”. “Lepidóptero chupasangre, te cocería con dientes de rata y pezuñas de cabra. Oh Cínico amado, perderás las muelas antes de tres años; así habrás de reír”. “Si tú lo dices reiré, amable Casandra; ¿debo pagar algo?”. “Estás disculpado”. “Disculpados estéis los dos. Y ahora dime Casandra que hay en mi cabeza que yo no logro encontrar”. “Si no lo hallas tú, ella, nadie lo hallará”. “ !Centellas, chispas, voltios, Cínico callad ya¡”. “Mudo no acierto pero sordo me dejáis por seguro, Zeus; podríais ser tenor en la filarmónica que quisieses porque ya nada importa nada. Buena voz, profunda y sostenida, como la voz de un dios”. “Cínico, eres más agorero que Casandra”. “Zeus piensa, el Cínico sólo juega al juego de las palabras que dicen lo que se quiere sino las gastas”. “No las gastes más tú que las gastas buenas”. “Adiós pues”. (Calla). “Dime, Casandra”. Casandra danza andrajosa con sonido de sonajeros y de cuentas de plata tintineantes tintineando sonoras en trance. Vueltas dan sus ojos, vueltas da su cuello, acrobática se revuelca en desmedido trance. Vueltas Casandra en trance con cuentas sonoras tintineantes tintineando plateadas en trance. “Casandra, hablad ya”. “Ya veo…”. (“Con blancos ojos de sapo, qué verás”). “… nevada una alta montaña en sombra un amor oscuro de sombras nevado en una sombría montaña la silueta de bellas mujeres nevadas sobre una nevada montaña yerta…”. “Espera, Casandra, deja que piense”. (“Piensas helado lo que se sabe”). “Ya veo de nuevo…”. “Espera, espera…”. “Ya veo, ya veo estrellas que caen estrelladas sobre estrellas de la noche sin estrépito silenciosas, estrellas aniquiladoras que se estrellan en pleno silencio de estrellas nocturnas que se apagan estrelladas sin estrépito de voces en silencio quedo”. “¿Qué me dices, Casandra, de lo visto?”. “Si despiertas dormirás y si duermes despertarás para dormir, esa es la palabra del Oráculo”. “El agorero Cínico os anuncia, Oh amado Zeus, lo mismo. Oh amado, elegid pues a quién creer”. “Creo veros entre tinieblas marchando rápidos de aquí, así pues marchad tintineantes a tintinear lejos de mi vista, que ya me canso de veros.” Casandra y el Cínico sombras se diluyen en la arboleda de esencia almendrada entre tintineos y palabras. Zeus pensativo desacordado, tristeza olímpica en esencia, no sabe que pensar de la cuerda conclusión de Casandra y cansado se reclina en el prado verde a descansar, pensando que pensar, cuando Marte, en traje rojo vestido veloz sobre el verde prado arbolado, llega con noticias de la llegada al olímpico monte de los dioses de las adoradas diosas de los continentes.
“Las diosas adoradas de los continentes, dicen…no sé, lindas diosas de dominios vanos… pérfidas…no sé, diosas hermosas…dicen…dicen, no sé.
Rumores monótonos mortales de los vanos aburridos, dicen…las diosas adoradas de los continentes hermosas… no sé”. Traquetea el repicar de cascabeles y cacharros chocando; en rápida marcha asombrada sombreada por la arboleda marrón se acerca Casandra andrajosa en estrépito de sonajeros y cuentas de plata tintineantes tintineando iluminadas en sus ropajes pardos. “A vuestros pies, Oh, amado Zeus, se postra la agorera Casandra que maltraída caminando a la prisa, os advierte, Oh, amado, desde el divino destino que corre en tus manos, que una seca sombra risueña por la vereda se acerca. Oh, amado Zeus expúlsalo cuanto antes, veo tremendos desastres”. “Pero qué dices, quién por la vereda se acerca a este prado soleado en sombra”. “Sombra no ha de ser, pues que tiene carne sobre todos sus huesos y todos ellos bien puestos”. “¿Quién habla, qué se acerca, Casandra?”. “El Cínico ha de ser”. “Pues todo fue compuesto, aquí asomo joven Zeus pero no quiero creer lo que veo, ¿has de hablar tú con Casandra?”. “En este extremo se resume la poca importancia de nada. Ya ves, Cínico, Zeus con los pies en la tierra”. “Si mi memoria es segura y conmigo no lleva a engaño, creo recordar, Zeus, que del suelo al cielo nunca os los vi alzar, Oh amado”. “Lepidóptero chupasangre, te cocería con dientes de rata y pezuñas de cabra. Oh Cínico amado, perderás las muelas antes de tres años; así habrás de reír”. “Si tú lo dices reiré, amable Casandra; ¿debo pagar algo?”. “Estás disculpado”. “Disculpados estéis los dos. Y ahora dime Casandra que hay en mi cabeza que yo no logro encontrar”. “Si no lo hallas tú, ella, nadie lo hallará”. “ !Centellas, chispas, voltios, Cínico callad ya¡”. “Mudo no acierto pero sordo me dejáis por seguro, Zeus; podríais ser tenor en la filarmónica que quisieses porque ya nada importa nada. Buena voz, profunda y sostenida, como la voz de un dios”. “Cínico, eres más agorero que Casandra”. “Zeus piensa, el Cínico sólo juega al juego de las palabras que dicen lo que se quiere sino las gastas”. “No las gastes más tú que las gastas buenas”. “Adiós pues”. (Calla). “Dime, Casandra”. Casandra danza andrajosa con sonido de sonajeros y de cuentas de plata tintineantes tintineando sonoras en trance. Vueltas dan sus ojos, vueltas da su cuello, acrobática se revuelca en desmedido trance. Vueltas Casandra en trance con cuentas sonoras tintineantes tintineando plateadas en trance. “Casandra, hablad ya”. “Ya veo…”. (“Con blancos ojos de sapo, qué verás”). “… nevada una alta montaña en sombra un amor oscuro de sombras nevado en una sombría montaña la silueta de bellas mujeres nevadas sobre una nevada montaña yerta…”. “Espera, Casandra, deja que piense”. (“Piensas helado lo que se sabe”). “Ya veo de nuevo…”. “Espera, espera…”. “Ya veo, ya veo estrellas que caen estrelladas sobre estrellas de la noche sin estrépito silenciosas, estrellas aniquiladoras que se estrellan en pleno silencio de estrellas nocturnas que se apagan estrelladas sin estrépito de voces en silencio quedo”. “¿Qué me dices, Casandra, de lo visto?”. “Si despiertas dormirás y si duermes despertarás para dormir, esa es la palabra del Oráculo”. “El agorero Cínico os anuncia, Oh amado Zeus, lo mismo. Oh amado, elegid pues a quién creer”. “Creo veros entre tinieblas marchando rápidos de aquí, así pues marchad tintineantes a tintinear lejos de mi vista, que ya me canso de veros.” Casandra y el Cínico sombras se diluyen en la arboleda de esencia almendrada entre tintineos y palabras. Zeus pensativo desacordado, tristeza olímpica en esencia, no sabe que pensar de la cuerda conclusión de Casandra y cansado se reclina en el prado verde a descansar, pensando que pensar, cuando Marte, en traje rojo vestido veloz sobre el verde prado arbolado, llega con noticias de la llegada al olímpico monte de los dioses de las adoradas diosas de los continentes.
Escena 5
En el jardín mediterráneo de la casa de la sabiduría entre eternos mármoles y hermosos geranios discuten Atenea y La Locura en discusión por amor entramadas. Celos duelen a la Locura por el celo que pone Atenea en ocultar su loco amor sibilino al conocimiento del joven Zeus. Atenea asegura que todo es cuestión de tiempo pero la Locura, insegura, su loco amor prodiga pensando por cierto no ser correspondida ante la postura de la locamente amada enamorada Atenea en el jardín mediterráneo entre tules morados que envuelven, tersos, mármol con esencia de geranio. “Suenan voces, algo ocurre, amada”. “No temas, las diosas adoradas de los continentes han de ser; llamaron para anunciar su llegada”. “Ya llegan hermosas se han ”. “ No enmiendes tus palabras Locura que las enamoradas, amadas se han de equivocar entramadas constantemente”. “Con constancia sabéis Oceanía que en la casa de la sabiduría prohibo que se hable tan libremente, de tal modo que asuntos de amor entramados en ella no han de ponerse en boca”. “¿Estáis irritada, Atenea?; a vuestros pómulos asoma color”. “Agitada vengo a estar, que presumo a Zeus colérico y esta loca enamorada mía, loca y necia como mortal enamorada”. “No presumas, locas y necias enamoradas, todas, con sujetos diversos”. “Bien decís, Europa; Atenea, caéis en lo cierto, Zeus enterado es de los amores entramados en la casa de la sabiduría y, colérico, del Olimpo piensa expulsaros. El cielo se oscurece con su negra cólera por un amor para él oscuro que es en suma bello. Zeus ha perdido los estribos. El sol y el destino corren apresurados sin guía, por lo que los vanos mortales descordados viven entre vanidad sin libertad para pensar siquiera que existe el destino, domesticados. Zeus está cansado, pelusa asoma a sus mejillas rosadas, viejo no puede pensar claro, y de ahí su amor oscuro por vuestro amor amado”. “América, de mi carne creas armas que me hieren como puñales el alma; no puedo creerte, vanas son tus palabras. “!Anapestos, pailas y piquetas qué es ese ruido que me atormenta!”. “Llaman”. “¿Quién es?”. “Zeus y Marte se acercan”. “Afrontaremos unidas la tormenta”. Las lindas diosas silenciosas adoradas de los continentes se sientan como abatidas queriendo parecer tristes no pensar en nada mientras Atenea y La Locura enamoradas quedan en pie en el centro del jardín geranio de la casa mediterránea de la sabiduría donde de mármol una graciosa y pequeña balaustrada se alza bajo las diosas, abrazadas. “Cansado llega a tu casa, Zeus, dios de dioses; ¿Atenea os volvéis loca? . En amor enamorada de la Locura, necia, loca… no sé…no sé… ¡Centellas y relámpagos!, no puede ser, no puedo verte, no sé qué pensar”. “Escuchadme, Zeus, que estoy bien cuerda y sólo de amor loca”. “Necia estáis si pensáis eso y necia mula habéis de estar”. “Pero escuchadla, Zeus, parece que sus palabras tienen sentido, sólo de amor loca está y tus palabras se quiebran en el interior de un alma enamorada”. “¿También a ti, Marte, vestido rojo veloz, te seducen estas arpías que se esconden a los pies de las desdichadas locas?”. “Zeus, desvarías”. “Dicen”. “Mienten. La Locura y yo solas en amor fuimos entramadas. Marte puede comprendernos, poded Zeus pues”. “No me tientes, loca, que ya te trato de tal y mi cólera rezuma negro cieno de ira apunto de estallar. No me trates ni me toques, del Olimpo tú, loca, tu loca y aquel loco que te entienda salid prestos y que mis ojos no os vuelvan a arañar sino queréis veros abrasados entre estrellas de cieno, hirviendo consumidos para la eternidad. Quitaos de mi vista; dejadme cavilar”. Atenea y la Locura rápidas bajan de su pedestal y las diosas hermosas América, Oceanía y Europa en el horizonte se diluyen ya sombras esquivas cuando las amadas entrelazadas junto a Marte y Asia se despiden cabizbajas de la casa de la sabiduría con aroma de geranio entre mármoles rosados donde el llanto profundo de un dios de dioses soleado suena sonoro, desde las sombras, por África velado.
Escena 6
A la orilla de un río de aguas aterciopeladas que ululan profundas y sonoras como el llanto de un dios en el Olimpo de los dioses, un atardecer otoñal mustio y triste, rosado de almendro, nacida la vereda del río, Zeus pensativo perdido posa sus ojos en África postrada a sus pies quietos. “¿Zeus, serás capaz de escucharme?. Soy, África, que a tus pies postrada te implora que escuches”. “Cólera de tritón, el sol caerá sobre la tierra antes de tres días….África estoy cansado, pensativo perdido, me siento viejo, sin ganas de jugar ni pensamiento en vivir…África, te ruego que te marches… mi cólera estalla por momentos y me quita la vida, corazón, boca y oídos…”. “Pero Zeus debéis saber que lo que se sabe es cierto, América, Europa y Oceanía…..”. “Centellas, África, callad que me quemáis el alma que ya no siento la brisa y el Sol parece apagarse; África, callad, os lo ruego que vuestra voz arde en mí”. “Pero, Zeus, os marcháis”. Zeus sombra sombreado se pierde cavilando en sombras hacia la desembocadura del río negro de cieno del sin vivir en vida; en el horizonte rosado, negro pájaro agorero, en negra sombra se difumina, a ratos colérico. África por el aire sonoro su viajera voz en sombras resguardada a Asia la lejana habla entre sombras del estado de Zeus. “…Zeus colérico…,sí…,sí…América, Europa y Oceanía…,sí…¿su estado?…sí…su negra tormenta podría hundir el globo entero en la infinita nada…Sí…,sí…brillante, sí…, sí, algo cansada…atenta, sí…Suerte…,sí, adiós”. Hermosa diosa de belleza infinita aleve aliviada suspira en el bosque de almendros otoñales encantado entre sombras resguardada de la brisa rosácea que hiende el horizonte pálido donde penachos de nubes grises se elevan espectros hacia el cielo como estandartes de descordada cólera.
Escena 7
En la soleada Luna lunar del insondable cielo, en una cueva lunar de la soleada Luna, de tierra esmerilada donde cadente crece la esmeralda entre jaspeadas estalactitas de marfil, no lejos de los astros, las diosas adoradas de los continentes América, Oceanía y Europa, risas prímulas entre belleza ingrávida, contemplan un estanque de aguas jaspeadas en el que se refleja, sedosa gota de marfil, un jaspeado horizonte infinito de cubos ajedrezados. Las adoradas diosas pérfidas de los continentes tienen el destino en sus manos y entramadas están en hacer de los mortales unos esclavos cíclicos de un mismo presente vano, olvidados del destino impertinente que Zeus manoseaba intranquilo en sus días soleados de niño bello y alegre como el Sol errando. América y Europa juegan ligeras, Oceanía ríe, cuando la caverna alumbra retumbar de pasos. “¿Quién se acerca?, ¡Zeus serás¡”. “Chispas, voltios, culombios, La Locura y Asia hemos de ser”. “Hermosas se han”. “Oceanía tonta seréis si pensáis que loca y tonta sinónimos sean”. “Ingenua enamorada serás”. “Baste pues”. “Lindas diosas, Marte y Atenea cayeron en la telaraña del profundo sueño ebrio y La Locura y yo, Asia hermosa, que quedamos despiertas, decidimos pasear por esta apartada orilla; y ahora que todo fue a parar, hermosas diosas hermanas mías, por qué no descubrimos a la loca amada entramada Locura el secreto de nuestros agoreros desvelos”. “Bien decís, Asia hermana. Sabrás, Locura, que Zeus está desatado y el Sol sin destino hacía peligrar nuestros dominios por lo que en está apartada orilla, nosotras hermosas diosas, hemos capturado las riendas del destino”. “Loca me dejas”. “Pues esperad, Locura. Zeus en un estorbo se ha convertido para el correr de los tiempos y las hermosas diosas hermanas de los continentes han decidido enviarlo a una hermosa isla rojiza del Mediterráneo a pasar su merecido descanso. Para él mejor será, soleado”. “Loca y muda quedo”. “Locura quedarás, Zeus aislado el destino queda sin manos y nosotras lindas diosas hermanas de los continentes pensamos sobre el horizonte azul ajedrezado que Locura podríais ser”. “Locura enamorada con Atenea entramada”. “Atenea nunca aceptará el traspiés”. “Yo la haré entender”. “Tu sabrás, Locura. Atenea, sabía, egoísta ha de ser”. Sesgado el horizonte lunar, a Asia la lejana presta ve partir mientras La Locura, pavoneándose con las lindas diosas hermosas, coronado su carruaje de bufones, salamandras y brujas, imagina hacia las puertas soleadas del hermoso Olimpo, alocado de los dioses, trotar entre vítores desquiciados su trono de espectros de sombra. En la cueva, lunar de la soleada Luna, lunar del insondable cielo de estrellas bajas.
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